Es un deporte de masas jugado principalmente con los pies, en una cancha de casi una cuadra, enfrentando dos equipos de once jugadores cada uno, a partidos de noventa minutos con un descanso de quince en la mitad, cuyo objetivo para la victoria es anotar la mayor cantidad de goles en la portería rival. Organizado de forma homogénea desde finales del siglo XIX, el fútbol fue practicado originalmente por las élites estudiantiles de Gran Bretaña, aunque pronto pasaría a ser el pasatiempo de los obreros en los tugurios industriales y de los migrantes europeos que desembarcaban en los puertos del Nuevo Mundo.

Esta podría ser la respuesta más genérica posible para un fenómeno cultural sin precedentes en la historia moderna de la humanidad, una práctica que ha logrado no solo cautivar a miles de millones de habitantes, sino también de amasar una fortuna trillonaria que pondría fácilmente a templar a los más poderosos y temerarios imperios de los últimos treinta siglos. El maestro Eduardo Galeano (Q.E.P.D.) ya nos dio la mejor respuesta posible; el fútbol es sol y además sombra. El fútbol es vida para la mayoría de sus aficionados, pero también la muerte para sus adeptos más obstinados, es fuego y sangre, diría algún futbolero hincha de Juego de Tronos.

Pero digámoslo sin matices, el fútbol es todo y es nada, es gasolina social para los más peligrosos tiranos, es culto sagrado para los abonados a la liga local, es sed insaciable para los voraces agentes intermediarios, es catalizador de odios para los ultras de las populares, es negocio para los patrocinadores, y es, en definitiva un trabajo, muchas veces ingrato y despiadado, aunque muy bien remunerado, para periodistas, jugadores, entrenadores, referées, e integrantes de staff administrativo y deportivo de las entidades deportivas locales y nacionales.

En parte gracias a esta tormenta de emociones y sensaciones multitudinarias, de caudalosas riquezas y tentadores amaños, y de desorbitados márgenes de utilidad social, económica y política, el fútbol es hoy un monstruo trepidante, un juego de consecuencias avasallantes en todos los sentidos y significados posibles. El balompié no deja espacios para puntos medios, habrá gloria o tragedia, nunca tranquilidad, será el viento gélido o el calor más sofocante, traerá una desgracia escondida en cada alegría.

Metáfora de todo lo humano, intentará ser la política a través de otros medios, revestirá todos los ethos e identidades que pueblan la tierra, sin dejar de ser nunca un juego infantil y pasajero. Llevará las antorchas de la redención humana en sus variantes sociales, étnicas o religiosas, sin regalar una sola pauta comercial en el medio tiempo. Y, sobre todo, moverá a ciencia incierta los péndulos de la victoria y la derrota sin renunciar jamás a la única justicia verdadera lograda por los hombres: en la cancha todos somos iguales.

No en vano los futbolistas de hoy acaso los actores principales de esta historia – se mueven con facilidad newtoniana entre el estrellato y la calumnia, entre la ovación y el abucheo. Nada detalla mejor la naturaleza indómita del fútbol como la rapidez con la que un jugador pasa de ser héroe griego a paria social; he allí la pista, he allí su significado.

Escrito en el piedemonte andino

Gustavo Caicedo Hinojos

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